En el mes de las misiones, continuamos compartiendo la Carta del Papa Francisco para la Jornada
mundial de las misiones de este año que lleva por lema «Para que sean mis testigos» (Hch 1,8). El
Papa nos dice que «para la trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los
cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y su mensaje » y
citando a San Pablo VI nos recuerda que «es siempre indispensable la predicación, la proclamación
verbal de un mensaje. […] La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada
del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de san Pablo: “la fe viene de la
audición” (Rm 10,17), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer» (EN 42).
«En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno
sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. Este
testimonio completo, coherente y gozoso de Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el
crecimiento de la Iglesia incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía,
la franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras,
en cada ámbito de la vida».
Además, el papa Francisco nos ayuda a comprender cómo este anuncio, este testimonio debe hacerse
hasta los confines del mundo. Esto nos hace afirmar la actualidad perenne de una misión de
evangelización universal.
«Exhortando a los discípulos a ser sus testigos, el Señor resucitado les anuncia adónde son enviados:
“a Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de la tierra” (cf. Hch 1,8). Aquí surge
evidente el carácter universal de la misión de los discípulos. Se pone de relieve el movimiento
geográfico “centrífugo”, casi a círculos concéntricos, de Jerusalén, considerada por la tradición judía
como el centro del mundo, a Judea y Samaría, y hasta “los confines de la tierra”. No son enviados a
hacer proselitismo, sino a anunciar; el cristiano no hace proselitismo. Los Hechos de los Apóstoles nos
narran este movimiento misionero que nos da una hermosa imagen de la Iglesia “en salida” para
cumplir su vocación de testimoniar a Cristo Señor, guiada por la Providencia divina mediante las
concretas circunstancias de la vida. Los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en
Jerusalén y por eso se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch
8,1.4).
Algo parecido sucede también en nuestro tiempo. A causa de las persecuciones religiosas y
situaciones de guerra y violencia, muchos cristianos se han visto obligados a huir de su tierra hacia
otros países. Estamos agradecidos con estos hermanos y hermanas que no se cierran en el sufrimiento,
sino que dan testimonio de Cristo y del amor de Dios en los países que los acogen. A esto los
exhortaba san Pablo VI considerando la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países
que los reciben. Experimentamos, en efecto, cada vez más, cómo la presencia de fieles de diversas
nacionalidades enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas. En
consecuencia, la atención pastoral de los migrantes es una actividad misionera que no hay que
descuidar, que también podrá ayudar a los fieles locales a redescubrir la alegría de la fe cristiana que
han recibido.
La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá interrogar a los discípulos de Jesús de todo
tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá de los lugares habituales para dar testimonio de Él.
A pesar de todas las facilidades que el progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía
hoy zonas geográficas donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia
de su amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los discípulos de
Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes
geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites”, para dar
testimonio de Cristo y de su amor a todos los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y
condición social. En este sentido, la misión también será siempre missio ad gentes, como nos ha
enseñado el Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siempre debe ir más lejos, más allá de sus propios
confines, para anunciar el amor de Cristo a todos. A este respecto, quisiera recordar y agradecer a
tantos misioneros que han gastado su vida para ir “más allá”, encarnando la caridad de Cristo hacia
los numerosos hermanos y hermanas que han encontrado».

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas