30 abril, 2024

“El código que salva al mundo”: Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 5° domingo de Cuaresma, 26 de Marzo

Desde este tiempo cuaresmal en el que queremos convertirnos a Jesucristo, el que murió y resucitó, estamos llamados a ser testigos de la esperanza. El Evangelio (Jn 11, 1-45), nos ayuda a encontrar el fundamento de la misma, ya que nos plantea la centralidad de la Resurrección en nuestra vida cristiana: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees en esto?». (Jn 11,20).
Estas palabras de Jesús nos ayudan a vivir con esperanza. La esperanza cristiana, teológica, está fundamentada en el misterio de la Encarnación y la Pascua, o sea en el hecho de que Dios quiso hacerse uno de nosotros y así se ligó a la historia humana. Por eso hablamos de una fe comprometida con la historia, con el drama humano, con la búsqueda de transformación, con la certeza de la dinámica de la Pascua, de la muerte y la Vida, que nos encamina a la eternidad.
Estamos llegando al final de este camino cuaresmal. La luz de la Pascua ya se hace próxima. Durante este itinerario comunitario hemos ido profundizando en una clave para poder celebrar la Pascua: el amor. Para ello, aprovechamos la sobriedad de este tiempo para hacer nuestro examen de conciencia y revisar si este don y esta tarea del amor nos ayuda a orientarnos hacia la donación de nosotros mismos, considerando a los otros como hermanos y hermanas. Cada uno puede ver cuáles son los aspectos que dificultan este discipulado de la caridad.
En un mundo tan materialista y mercantil donde parece que todo se compra y se vende nos puede ir ganando el flagelo de la indiferencia que aparece cuando nos hacemos individualistas y nos gana la desesperanza: «¿para qué comprometernos si esto no va a cambiar?» Cuando esto pasa, vamos perdiendo nuestro vínculo con los hermanos y obviamente también con Dios.

Perder el amor, no encaminarnos al agapé, desdibuja nuestra dignidad humana y nuestra capacidad de ser verdaderamente felices. La avaricia que implica creer que el poder y el tener nos van a dar la plenitud nos lleva, por el contrario, necesariamente a la autodestrucción.
La primera carta de Juan nos dice: «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él». (1Jn 4,16) El mismo Señor nos enseña que podremos ser felices amando y dando la vida. «El que pretenda guardarse su vida la perderá y el que la pierda, la recobrará» (Lc 17,33). El mismo Señor entrega su vida en la Pascua y la celebra sacramentalmente en la Eucaristía, en la Última Cena.
Nuestro tiempo necesita que los cristianos seamos pascuales, varones y mujeres testigos de un amor que se dona, que permite reconocer en el otro al hermano. El amor es el único capaz de romper las grietas del odio, de la violencia y de la indiferencia. Esto que a algunos les puede parecer una utopía impracticable, es el único camino, el único código que salva al mundo y hace posible la fraternidad humana. Por eso la Pascua sigue siendo, en nuestro siglo XXI, la Buena Noticia que necesita el mundo y que nos llena de verdadera esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas

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