5 mayo, 2024

“La maternidad, signo de esperanza”: Carta de Monseñor Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas, para el 29° domingo durante el año, 16 de Octubre de 2022

Este domingo celebramos el día de la madre. Queremos rezar especialmente por este regalo de Dios
para la humanidad. Nuestro pueblo tiene especial estima y veneración por la maternidad. La
maternidad alegra el corazón de la mujer y de las familias. La maternidad es un don, el don de la
vida.
Queremos tener presentes a las madres en su día y unirnos en la oración a los tantísimos gestos que
formarán parte de esta celebración. De alguna manera estamos celebrando también el valor de la
familia, la cual no es posible sin el don de la maternidad, de los hijos y de la esperanza.
Asistimos, lamentablemente, a una profunda contradicción en nuestra cultura actual. Por un lado, la
gente, en general, pero sobre todo nuestro pueblo sencillo, tiene una especial devoción a las madres,
y considera a los hijos como un don de Dios. Esto se expresa en los bellísimos sentimientos
manifestados siempre, pero especialmente en este día. Y, por otro lado, asistimos a una
desvalorización de la maternidad reflejada en una especie de antinatalismo promovido por grupos
reducidos y poderosos, que proponen la anticoncepción para solucionar, sobre todo, el problema de
la pobreza, sin recurrir a aquello que es clave para corregir este flagelo: una mayor y justa
distribución de la riqueza, y el ejercicio de una solidaridad más globalizada.
Al rezar por las madres y las familias, queremos seguir rezando y reflexionando en este mes sobre la
Misión en la vida de la Iglesia. El Papa, en su mensaje anual para la jornada de oración por las
misiones, nos invita a dejarnos fortalecer y guiar por el Espíritu Santo:
«Cristo resucitado, al anunciar a los discípulos la misión de ser sus testigos, les prometió también la
gracia para una responsabilidad tan grande: “El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su
fuerza para que sean mis testigos” (Hch 1,8). Efectivamente, según el relato de los Hechos, fue
inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús cuando por
primera vez se dio testimonio de Cristo muerto y resucitado con un anuncio kerigmático, el
denominado discurso misionero de san Pedro a los habitantes de Jerusalén. Así los discípulos de
Jesús, que antes eran débiles, temerosos y cerrados, dieron inicio al periodo de la evangelización del
mundo. El Espíritu Santo los fortaleció, les dio valentía y sabiduría para testimoniar a Cristo delante
de todos.
Así como “nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor!, si no está movido por el Espíritu Santo” (1 Co 12,3),
tampoco ningún cristiano puede dar testimonio pleno y genuino de Cristo el Señor sin la inspiración
y el auxilio del Espíritu. Por eso todo discípulo misionero de Cristo está llamado a reconocer la
importancia fundamental de la acción del Espíritu, a vivir con Él en lo cotidiano y recibir
constantemente su fuerza e inspiración. Es más, especialmente cuando nos sintamos cansados,
desanimados, perdidos, acordémonos de acudir al Espíritu Santo en la oración, que — quiero decirlo
una vez más — tiene un papel fundamental en la vida misionera, para dejarnos reconfortar y
fortalecer por Él, fuente divina e inextinguible de nuevas energías y de la alegría de compartir la
vida de Cristo con los demás. Recibir el gozo del Espíritu Santo es una gracia. Y es la única fuerza
que podemos tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor. El Espíritu es el
verdadero protagonista de la misión, es Él quien da la palabra justa, en el momento preciso y en el
modo apropiado. […]
Queridos hermanos y hermanas, sigo soñando con una Iglesia totalmente misionera y una nueva
estación de la acción misionera en las comunidades cristianas. Y repito el deseo de Moisés para el
pueblo de Dios en camino: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios profetizara!” (Nm 11,29). Sí, ojalá todos
nosotros fuéramos en la Iglesia lo que ya somos en virtud del bautismo: profetas, testigos y
misioneros del Señor. Con la fuerza del Espíritu Santo y hasta los confines de la tierra. María, Reina
de las misiones, ruega por nosotros».
Que esta fuerza del Espíritu Santo nos siga animando en la misión y fortalezca también la vida y la
vocación de las madres y de las familias con la certeza de que son un don maravilloso de Dios que
nos permite vivir con esperanza.

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas

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